DON LUIS Y DON VICENT O LA ALEGRÍA DE VIVIR

estellés-berlanga

por Paco López Barrio

I

Con D. Luis tuve muy poco trato. Asistí a un par de reuniones con él y con más gente, en el Palau de la Música, para preparar algún detalle de las ceremonias de inauguración y clausura de alguna Mostra de Valencia. Tal vez la del 87, pero no estoy muy seguro. Recuerdo que nos dimos la mano, que dijimos lo que teníamos que decir sobre el asunto que nos tenía allí sentados. Y no mucho más, porque no hay más que recordar. Si acaso alguna procacidad acerca de la actriz que iba a ser la presentadora… cosas de D. Luis. Todo lo que sé de Berlanga es lo que he leído en libros y artículos y lo que he visto en sus películas. O sea, lo que todos vosotros ya conoceis. Incluso mucho menos. Valencianos que podrían hablar y mucho de Berlanga los hay (fallecido Muñoz Suay nos queda Rafa Maluenda que estuvo en sus últimos equipos). Yo no soy uno de ellos, francamente.

Con D. Vicent si hablé muchas veces. Durante horas. En su casa y en otros lugares. Su hijo Vicent y yo éramos compañeros de colegio, pero también compartimos algunos veranos en El Perelló. Nuestra principal ocupación allí era jugar al futbolín. Pero también pasamos muy buenos ratos en la terraza de su apartamento, en primera línea de playa, con excelentes vistas sobre un puñado de muchachas en flor, a las que Vicent padre no quitaba ojo, tostándose en la arena. Esto sería en el setentaypocos, aún en vida de Franco.

A los que leeis un blog de guionistas no hace falta explicaros quién es Berlanga. Pero habrá mucha gente, sobretodo los que no sois de Valencia, que os estareis preguntando quién es el tal D. Vicent, el tipo de la derecha. O qué tendrían en común estos dos y por qué los he reunido aquí.

Luis García Berlanga y Vicent Andrés Estellés fueron lo mejor que ha dado Valencia a sus respectivas artes. Uno cineasta y el otro el mayor de los poetas valencianos desde Ausiàs March. De Berlanga he visto todas las películas. De Estellés no he leído todos los libros, porque fueron muchos y algunos inencontrables ya. De los que tengo, la mayoría llevan una afectuosa dedicatoria, porque más allá de los primeros encuentros en la adolescencia, por medio de su hijo, seguimos viéndonos durante años. Hasta que falleció en 1993, en primavera. Y estuve entre el puñado de amigos que acudieron a su entierro en Burjassot, su pueblo natal, muy cerquita de Valencia.

Ambos pertenecían a una misma generación. Berlanga nació en 1921 y Estellés en 1924. D. Luis era hijo de una familia de terratenientes de Requena, tierra de secano. Vicent el hijo del panadero de Burjassot, en la huerta. Los dos estudiaron en Madrid (Estellés estudió periodismo) y anduvieron por las cercanías del régimen (Berlanga en la División Azul y Estellés publicando sus primeros versos en revistas neo-garcilasistas) pero sin creérselo. Y, andando el tiempo, hicieron los más duros alegatos contra el franquismo. Pero sin nombrarlo directamente, simplemente haciendo un retrato fiel de la época. Berlanga era más cómico, Estellés más amargo, aunque no desdeñaba la ironía y tenia grandes toques de humor en donde menos te los esperabas. Sobre todo humor negro, en el que ambos fueron maestros.

Lo que tuvieron en común, antes que cualquier otra cosa, fue un enorme sentido de la humanidad al concebir sus obras. Los personajes de uno y otro no eran ningún estereotipo, ningún cliché. Eran pura carne mortal, con sus vicios y sus virtudes. Pero sobretodo debemos agradecerles, a ambos, la exaltación de las ganas de vivir en unos años de plomo, la alegría sencilla de la gente que no tiene nada más. Y una visión del sexo abierta y gozosa. Más sofisticada, tal vez, en el erotómano Berlanga, con sus toques fetichistas. Estellés, en ese tema, era la pura alegría de la huerta. Literalmente. Y eso en una época de feroz represión moral. Pero Vicent siempre tuvo muy clara una cosa: que en la pobreza, sin libertades políticas, en una sociedad despiadada con los más débiles… a los pobres aún les quedaba el derecho a pegarse un revolcón en cualquier parte. Y que eso bastase para iluminar la vida, que tan oscura se presentaba en todo lo demás.

En un documental que se hizo sobre Estellés hace un montón de años (y que debe andar perdido por vete a saber qué archivo de qué institución), Vicent soltó una frase que me impresionó y que estoy seguro que Berlanga suscribiría. Cito de memoria: «La posguerra fue tristísima, pero la guerra no. En la guerra los niños lo pasamos muy bien: no había colegio y nos íbamos a la orilla del rio, a ver bañarse desnudas a las milicianas».

En otras palabras: hay mucho de estellesiano en el cine de Berlanga y mucho de berlanguiano en la poesía de Estellés. Y el mejor cine de Berlanga se rueda en los mismos años en que se escribe la mejor poesía de Estellés: finales de los 50 y primeros 60. A ambos les hermanaba también el neorrealismo, que llegaba de Italia. Berlanga, cómo no, lo conocía de primera mano y a Estellés le encantaban las películas de Vittorio de Sica o de Rossellini. No sé si alguna vez pensó en hacer cine, pero Berlanga si hizo sus pinitos como poeta (aunque no se conserva nada) y llegó a presentarse, sin éxito, al Premio Adonais.

II

Así que cabe preguntarse, siendo paisanos y de edad e inquietudes parecidas: ¿Se conocieron estos dos? ¿Qué relación hubo entre ellos? Desde luego sí sabemos que coincidieron, ya mayores, como miembros del Consell Valencià de Cultura. Pero un cementerio de elefantes no es el mejor sitio para que dos tipos como ellos disfrutasen del encuentro.

Googleando un poco encuentro una referencia de Berlanga a la tertúlia del Café Viena, en Valencia, que reunía a falangistas desengañados, anarquistas o comunistas como Muñoz Suay: «También acudia a la tertúlia otro poeta valenciano, hombre liberal y más de izquierdas que todos los que estábamos allí, que era Estellés, para mi el gran poeta valenciano. Todo eso a principio de los años cuarenta». Y en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa de la UPV dice Berlanga: «Mis paseos adolescentes por Valencia, me conducían inevitablemente a las tapias de los Colegios de Monjas, Godella sobre todo, a suspirar por las muchachas allí encerradas, adorables receptoras de las ligeras y tiernas cartas de amor que junto a José Luis Colina y Vicente Andrés Estellés lanzábamos lastradas con piedras para alcanzar el otro lado del muro; piedras que, estoy seguro, descalabrarían alguna cabeza cubierta por la toca». Muy divertido y muy estellesiano/berlanguiano.

Nos falta ahora la otra parte, el testimonio de Estellés. De eso no hay rastro en Internet. Sólo he encontrado un enlace caído a una entrevista con el hijo de Vicent, mi amigo del cole, en el que parece que mencionaba esta amistad. Pero no he tenido ocasión de leerlo ni de charlar con él sobre el tema. Quizá si nos está leyendo nos pueda ampliar algo.

III

Aunque, pensándolo mejor, ¿realmente quiero saber más? ¿Es necesario desvelar sus paseos y charlas por la Valencia del franquismo? Berlanga ha dicho de sí mismo, más de una vez, que en el fondo él era un tipo pudoroso. Pese a sus muñecas hinchables y toda su leyenda. Y Vicent, en la distancia corta, era un gran tímido. Incluso apocado. Tal vez sea mejor que lo que hablaron, o los lugares a donde les condujeron sus pasos, se queden en la intimidad de los buenos amigos. Quizá prefiero imaginarlos paseando por la Alameda, en los dias de la Feria de Julio. O comiéndose un paella en la playa y comentando las tetas de la camarera, cuando en la Malvarrosa aún habia una cuerda separando las zonas de baño de hombres y mujeres.

En esos mismo años, algún fotógrafo anónimo tomó esta foto que me conmueve siempre que la veo:

banda de música del penal de San Miguel de los Reyes en 1940
Son los presos políticos de la cárcel de San Miguel de los Reyes (lo que hoy es la Biblioteca Valenciana). Muchos de ellos con largas condenas por delante. Y aún tuvieron humor y huevos para montar una banda de música. Aunque sólo pudiesen tocar desfilando por el patio del penal, sin más auditorio que los demás presos. La cuelgo aquí porque también me resulta -estremecedora y enternecedoramente- berlanguiana y estellesiana. Porque es la celebración de la alegría de vivir en medio del mayor dolor, de la más honda tristeza. Y eso, que es un inconfundible y valiosísimo rasgo del carácter valenciano, es la esencia última del cine de uno y la poesía del otro.

Si os perezco exagerado os propongo un ejercicio: leed el «Llibre de Meravelles», la obra maestra de Vicent, mientras volveis a ver El verdugo o Plácido. Y, probablemente, llegueis a la misma conclusión que yo: D. Luis y D. Vicent, más que amigos fueron hermanos. Les hermanó vivir los años más tristes en una tierra esencialmente alegre. Y cada uno, por su propio arte, convirtió esta contradicción en profunda humanidad. De regalo os dejo esta canción, que resume todo lo dicho pero con mucha más gracia.


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