DATIVO Y ABLATIVO

por Paco López Barrio

«Silici scintillam excudere»

Doy por supuesto que la inmensa mayoria de los guionistas somos de letras, aunque hay curiosas excepciones como el ingeniero químico Albert Espinosa o el veterinario Sergi Pompermayer. Cuento pues con vuestra complicidad inicial para este extraño artículo, ya que habréis pasado (en vuestra adolescencia y aún después) por el duro aprendizaje del rosa-rosae y el qui-quae-quod.

Dicen que el estudio del latín entrena la capacidad mental de entender y recrear estructuras. También la entrenan las matemáticas, claro, pero son estructuras demasiado abstractas. El latín, cuyo ejercicio escolar fundamental es la traducción, obliga a un análisis sintáctico, en el que no puede faltar ni sobrar ninguna pieza, necesario para reconstruir el sentido del discurso. Son estructuras de lenguaje, de expresión por tanto… por eso una buena traducción no sólo ha de sustituirnos unas palabras por otras equivalentes, sino algo mucho más importante: devolvernos el latido del autor. Y no me refiero a esa cosa siempre mal definida que llamamos “estilo”, sino a todo un complejo magma de afectos, temores, esperanzas…

No lo pasé mal ni doy por perdidos aquellos años en que ni siquiera sabía que un día terminaría dedicándome a esto de contar historias. Alterné la revolución hormonal de los quince años con la Guerra de las Galias y las Catilinarias y, aunque aún me faltaban muchas piezas vitales, empecé a ser lo que soy. Creo que aún hoy, bajo el peso de sinopsis y escaletas, queda algo del joven estudiante de latín. Y, la verdad, siento que me sigue resultando útil. Vamos a intentar compartir algo de esa utilidad, aplicada a la actitud personal ante la escritura de una historia.

Al principio del artículo coloqué una frase latina. Pertenece a la Eneida de Virgilio, libro primero: Tras el naufragio de parte de su flota, Eneas y sus compañeros llegan a las costas de Libia. Han perdido armas y equipajes y tienen delante un territorio hostil. Hay que organizar la supervivencia y la seguridad del grupo de náufragos. Eneas reparte las tareas entre sus marineros: mientras unos recogen leña y hojas secas, su lugarteniente Acates enciende un fuego golpeando un pedernal. O sea un trozo de la piedra llamada sílex, tan dura que si se golpea con un objeto metálico saltan chispas: “silici scintillam excudere”.

Aquí la sutileza está en si consideramos “silici” como dativo o ablativo. La terminación en i, en un sustantivo de la 3ª declinación, nos dice que es un dativo. Pero, en la mayoria de las traducciones, se ha interpretado como ablativo. Dicen que por el sentido… pero a costa, lamentablemente, de empobrecer ese sentido. El ablativo, que sería “sílice”, nos indicaría una circunstacia: el “lugar” del que se extrae la chispa, o el “instrumento” del que se sirve. O sea, el complemento circunstancial.

En cambio, si tomamos “silici” como lo que es, como dativo, el significado es mucho más rico. El dativo se aplica a quien resulta beneficiado o perjudicado por la acción. Es el caso de la “parte interesada”. Así, otros traductores más sensibles dirían incluso que “arrebató – o robó- la chispa al pedernal”. El texto adquiere ahora un sentido mucho más afectivo. Por una parte personifica a la piedra de silex, que “sufre” la pérdida de su fuego (su alma, al fin y al cabo), pero también nos da idea del arduo trabajo que es hacer saltar una chispa de ella. Ya no es un “coger de”, como quien coge agua de una fuente, sino una conquista del náufrago que tras golpear duramente la piedra consigue esa valiosísima chispa que tanto supone para su supervivencia. La información puramente local o instrumental que nos daría un ablativo, se convierte gracias al dativo en una lucha personal en la que los náufragos se están jugando mucho y al pedernal en un ser vencido en esa lucha. Ganamos en riqueza poética a la vez que somos completamente fieles a Virgilio, que ha escogido el dativo con toda intención.

Los latinos conocían bien ésa capacidad del dativo de revestir de afectividad e interés personal a cualquier sustantivo y la emplearon a fondo en su literatura y en el habla cotidiana. Cuando César cae apuñalado en las escalinatas del Senado y reconoce entre los conjurados a Bruto exclama: “Tu quoque, filii mihi”. No está diciendo: “Tu también, hijo mio”, sino, literalmente, algo mucho más doloroso: “Tú que eras como un hijo para mí”. Ese “hijo-para-mí” y el dolor y la decepción que encierran viene dada por el dativo: mihi. Y la emoción que produce es mucho más intensa que la simple enumeración de las circunstancias de fecha (Idus de marzo), lugar (escalinatas del Senado), instrumento (con puñales)… no son los circunstanciales, los ablativos, sino ése dativo “mihi” el que nos revela el hecho fundamental: que César está reviviendo, mientras muere, todos esos años en los que ese Bruto, que ahora le clava un puñal, fue su protegido, mano derecha, posible heredero… en el dativo está el impacto personal profundo, mucho más doloroso que sus heridas físicas.

Es aventurado hacer una transposición del análisis sintáctico latino al análisis de guión. Son estructuras diferentes y cada una tiene sus instrumentos. Pero sí creo que es útil para el escritor el saber reconocer en sí mismo, mientras escribe, una actitud que “tiende al dativo” o “tiende al ablativo”. Al menos a mí me ha proporcionado un nombre que darle a la sensibilidad desde la que afronto una escena. Si estoy demasiado pendiente de lo circunstancial, si me preocupan sobretodo los problemas “mecánicos”, los detalles de tiempo, lugar, instrumento, modo… puedo decir que he estado funcionando como escritor “en modo ablativo”. Si por el contrario me he centrado en cómo afectará lo que sucede a los personajes, en sus reacciones y sentimientos, habré estado funcionando “en modo dativo”.

Es una chorrada inmensa, pero es una manera muy intuitiva de autoanalizarme y valorar las páginas que voy completando. Decirme a mí mismo: “Aqui está faltando dativo”es una manera rápida de tomar conciencia de que estoy descuidando la parte afectiva y preocupandome en exceso de la circunstancial. Una manera rápida de saber porqué no me está gustando una historia aunque esté llena de efectos especiales, de sutilezas instrumentales (¡el arma del crimen!), de descripciones y vistosas escenografias… pues porque son puro complemento circunstancial, puro ablativo. Porque la riqueza del detalle y la puesta en escena, sobreexplotados, pueden llegar a ahogar el latido del corazón humano, que es el verdadero motivo por el que estoy aquí, ante el papel o la pantalla. Sin el dativo no hay historia profunda, sino fuegos de artificio. Muy brillantes, eso si. Pero vacíos.