UNA HISTORIA DESDE LA CRIPTA: UN LARGO, UN CORTO, 100 EUROS Y ALGUIEN EN BUSCA Y CAPTURA

Hoy hemos resucitado a un muerto. Guionistas con Rayban animó la blogueria guionística hasta que allá por el agosto del 2009 dejó de postear. Ahora dicen que lo puedes encontrar en el universo twitter. Pero nosotros lo hemos rescatado para que nos cuente la historia jamás contada entre un guionista y un productor.

 

Por Guionista con Ray Ban (Firma invitada)

Sí, lo sé, estoy muerto. Muerto o convertido en twittero, lo que para un guionista con blog viene a ser lo mismo.

Todo empezó con un EXT-NOCHE y con Gab Kar Wai y Martín Román adentrándose, antorcha en mano, en la cripta en la que he terminado viviendo. Les invité a café, hablamos de la vida, de la muerte y de la resurrección, y entre risas y llantos, Gab y Martín me explicaron el proyecto de GUIONISTASVLC. Entonces, soltaron la bomba, pidiéndome que resucitara durante un día para escribir en su web.

La primera vez que lo pidieron les dije fue que no,  aduciendo que esto de la resurrección es una cosa muy cansada. La segunda vez les dije que tampoco y la tercera, que qué pintaba entre guionistas valencianos uno de Carabanchel Bajo que no supo lo que era el mar hasta los 21 años. Al final, conseguí lo que quería, que era que me lo siguieran pidiendo una y otra vez hasta engordar mi ego, e intentando disimular la ilusión que me hacía, acabé aceptando.

“Ahora bien, ¿de qué quieres hablar?” preguntó Gab mientras celebrábamos la resurrección jugando a una Nintendo de 8bits que alguien había enterrado en un nicho cercano. “Verás, Gab”, le respondí, “solamente hay una cosa de la que le guste hablar a un guionista muerto, y es de cómo empezó en esta profesión”.

De modo que, con todos ustedes: “Un largo, un corto, 100 euros y alguien en busca y captura”, porque no esperaran que alguien con mi aspecto les cuente algo que no sea una de terror…

Éramos tres amigos, dos guionistas con talento y un servidor de ustedes. Éramos jóvenes, guapos y llenos de energía. Un día, sin que valga la pena detenerse en cómo ni cuándo, los dos guionistas con talento se me presentaron con 30 páginas de tratamiento , pidiéndome echarlas un vistazo para ver si me quería unir al proyecto y convertir esa idea en un largo. A uno le conocía, habíamos trabajado bastante juntos y al otro todavía no, o sí, no lo recuerdo.

Tres versiones de guión después (como éramos jóvenes y guapos, todavía no sabíamos que los “tratamientos” se venden y luego ya se escribe el guión), nos entusiasmaba lo que habíamos escrito. Era una comedia romántica, algo de chico conoce chica con dos personajes que están mal de la cabeza y que tienen un montón de secundarios que están todavía peor. Concluimos que el guión sería la primera película dirigida por uno de los otros guionistas, puesto que tenía un currículum respetable como cortometrajista, veía muy clara la historia y además, la idea original había sido completamente suya.

Nuestra historia acabó en manos de un director, alguien al que vamos a llamar “Carlos” y que aunque no era un director importante, sí era alguien con nombre propio dentro la industria. “Carlos” era (no sé si seguirá siendo) productor además de director y tenía una productora con la que acababa de levantar un mastodóntico proyecto de bastantes millones de euros (al que vamos a llamar, así, entre nosotros “El riñón del plantea”). Nos citamos con él en el festival de San Sebastián (pagándonos nosotros el viaje, claro) y al llegar nos enteramos que no había ido. No pasó nada, nos chupamos la última de von Trier, vimos pasear a Jim Jarmusch junto al Urumea y yo me compré dos millones de ejemplares atrasados de “Nosferatu” en la librería Metrópolis.

A la vuelta, nos citamos con él en su casa de Madrid. Allí, lo primero que dijo fue algo tan extraño que ya olía cómo iba a terminar todo, pero a lo que, como estábamos en aquella casa que costaba más que mi hígado y mis dos riñones, impresionados con los DVDs, los carteles y los recortes de la exitosa serie de televisión que le había lanzado a la fama, no le dimos importancia…”Carlos” dijo “es sorprendente que en tres versiones ya haya una historia  dentro del guión”.

Era un tipo simpático, le gustaba la idea de que mi compañero lo dirigiera, repetía que entonces él se limitaría a  producir y no a intentar dirigirlo porque “los perros no comen carne de perro”, y ponía la mano en nuestras rodillas, no sé si en un intento de darnos confianza o queriendo llevar a cabo la versión moderna y cinematográfica del “Chata, te voy a poner un estanco”. Además, había una ventaja en todo esto,  y es que el tipo era un defensor a ultranza de la Comunidad Autónoma donde había nacido y de la que también era mi amigo. “Curiosamente, estaba dándole vueltas a la idea de crear una productora para sacar adelante nuevos talentos de la tierra”, llegó a decir en la reunión.

Total, “Carlos” pasó el guión a una ¡chica japonesa! que le hacía informes de guión para que diera su opinión… el guión, por si no lo había dicho ya, era muy barato de hacer, quizá algo en torno a 600.000 euros, pero tenía dentro una secuencia en mitad de un aeropuerto que lo hacía notablemente más caro. No obstante, decidimos dejarla, siguiendo aquel consejo que daba Fernán Gómez sobre que metieras una plaza de toros para que luego el productor tuviera algo que recortar y quedarse tranquilo.

Cuando llegó el informe redactado por la japonesa, lo hizo con unas calificaciones que decían que nuestro guión era algo parecido al “next big hit”, y ni siquiera se quejaron de que hubiera un aeropuerto, tan solo había una anotación, diciendo que se eliminara el hamster que la protagonista tenía como mascota, ya que podía encarecerlo todo (¡!). Sin embargo, como en todo paso de este proceso siempre tenía que haber algo todavía más raro que lo anterior, en el informe aparecía que el presupuesto estimado para nuestra película era de 7 millones de euros (“Ha sido un error, no te preocupes”, me dijeron cuando saqué el tema en una conversación posterior).

El proceso se alargó haciendo más y más versiones de guión (quitando al hamster, por supuesto, que ya se sabe que en una peli de 7 millones de euros los animales enjaulados dan problemas) y por el camino, entre muchas historias, ocurrieron dos cosas interesantes. Por un lado, un amigo que trabajaba en la distribuidora que llevaba “El riñón del planeta”, me llamó para decirme “Pídele un contrato lo antes posible. Él y su socio están arruinados”. Y por otro, un buen amigo que era de los fundadores de ALMA, vino a preguntarme por ese proyecto del que alguien le había hablado “Pero, ¿estáis haciendo versiones sin cobrar?”, preguntó. “Sí, sin cobrar”, le contesté. “¿Y sin contrato?”, “Sí, sin contrato”, le respondí antes de que me echara un rapapolvo diciendo que eso no se hacía y que le daba igual que el que me lo estuviera haciendo fuese alguien con nombre dentro de la industria. “Exagerado”, pensé del primero. “Flipado”, pensé del segundo. Sí, ya, mis cojones.

La productora, según nuestro Medici particular, es cierto que no tenía dinero, ya que sus coproductores ingleses le adeudaban todo el del mundo, con lo que mientras hacíamos versiones y versiones del largo (todas gratis), lo mejor es que nos escribiéramos un corto para que mi compañero lo rodara en 35mm y así, cuando se buscara financiación, se haría con más seguridad puesto que estaría demostrado que podía dirigir “en cine” y no en MiniDV. El asunto no presentaba ningún riesgo porque como él tenía “licencia para tangar” (eso es mío, no suyo) en su Comunidad Autónoma, hablaría con el encargado del ¿comité audiovisual? para que nos diera una subvención a dedo.

Con el guión de cortometraje escrito, nos presentamos en la productora, un lugar fascinante decorado en blanco y negro y que ocupaba casi toda una planta junto a la calle Serrano de Madrid. Nos presentaron un contrato por el corto, en el que nos compraban el guión a cambio de 100 euros y una copia en DVD. Lo firmamos sin dudar y cuando ya estaba deseoso de llevármelo a casa, enseñarle a mi madre el que había firmado un contrato (aunque solamente me correspondieran 33’33333 euros) e ir a una entidad de gestión para que demostrarles que ya era un joven profesional y un talento de futuro, el tipo que nos lo firmó nos explicó que los jefes (“Carlos” y el misterioso socio) estaban en Estados Unidos de promoción, con lo que se quedaba con los contratos firmados por nosotros y ya, cuando volvieran, los firmarían y nos los harían llegar.

Unas semanas después, llegó una llamada. La Comunidad Autónoma en cuestión nos daba algo menos de 20.000 euros para rodar el corto. ¿20.000 euros? ¡20.000 euros! ¿de verdad?¡si ese corto se podía rodar por una cuarta parte! Daba igual, éramos importantes, hablamos con algunos actores importantes y todo entró en preproducción, lanzados a la fama… todo hasta que unas semanas antes de ir a rodar, llegó otra llamada.

El presidente o el director o lo que fuera que dirigía el chiringo audiovisual de aquella Comunidad, había cambiado y el nuevo en el cargo daba 48 horas para que se le presentaran unas cuentas que no fueran más ciencia ficción que una novela de Ballard (¿pedirían también los contratos de los guionistas?). Obviamente, la productora podía hacer cosas sorprendentes, pero no convertir el agua en vino, con lo que no pudo justificar 20.000 euros en dos días y tuvo que devolver el dinero de la subvención, dejándonos compuestos y sin corto.

A todo esto, llegó el momento del estreno de “El riñón del planeta”. Nos dieron dos entradas para tres personas para acudir a la premiere y ese fin de semana se gestó uno de los descalabros de taquilla más impresionantes de la historia reciente del cine español.

Nosotros, por nuestro lado, un día reclamamos nuestros cien euros. Se nos dijo que habían perdido el contrato y que si lo teníamos nosotros. “Nunca nos lo distéis porque los jefes no lo habían firmado”, explicamos. “¡ah!, pues habrá que hacer uno nuevo…”. Sí, claro, volver a hacerlo… Nunca más supimos de ellos, ni para el largo ni para el corto… Siempre he sospechado que con tener el dinero de la subvención durante unos días, ya habían conseguido todo lo que necesitaban de nosotros.

Un día, años después, conocí a la secretaria de “Carlos” y le pregunté por todo aquello. No tenía ni idea de nada de lo que le hablaba, ni del corto ni del largo.

Otro día, descubrí que una antigua amiga mía era la abogada de la productora. La llamé y pregunté por el tema. “Querido Ray Ban, si algún día hubiese redactado un contrato de guión a tu nombre, te habría llamado para comentarlo”, me explicó.

Mientras tanto, “Carlos” abandonó aquella productora y su carrera cinematográfica nunca volvió a ser la que era, refugiándose en la tele. Su socio misterioso, según me contó una vez alguien, se rumorea que acabó en “busca y captura” por algún chanchullo. Mis dos compañeros son hoy, un feliz técnico de la industria, el uno, y un guionista de éxito, el otro.

Yo, vivo en una cripta.

El que en los comentarios consiga darle una explicación coherente a esta sucesión de despropósitos,  habrá ganado la Nintendo 8 bits con la que ahora estamos jugando Gab y yo. Mientras, Gab, vamos a echar otro Super Mario.